Fragmentos de amor furtivo by Héctor Abad Faciolince

Fragmentos de amor furtivo by Héctor Abad Faciolince

autor:Héctor Abad Faciolince
La lengua: spa
Format: epub
editor: DAGATA S.A.
publicado: 2012-02-13T05:00:00+00:00


Ceremonias del político

Rodrigo le contó a Susana lo que había estado pensando ahora que tenía el carro en el taller. Mientras comían algo tailandés le contaba de la gente que había visto, la cantidad de gente, los montones de pobres, el humo, los vendedores, las caras tan alegres o angustiadas, las niñas de la calle, los niños que se emborrachaban aspirando sacol, los mendigos, los marihuaneros, los vendedores de chicles. Estuve en el viejo Palacio de la Gobernación. ¿Qué es eso? Le preguntó Susana. Y Rodrigo se indignó porque le parecía vergonzoso que una persona de Medellín ni siquiera conociera el Palacio de la Gobernación.

—Un día te voy a llevar a conocer Medellín, Susana. Es el colmo que vivas aquí desde que naciste, hace más de treinta años, y que de la ciudad conozcas seis manzanas. Te voy a llevar a oler bestias en el zoológico de Santa Fe, a ver orquídeas y árboles en el Jardín Botánico, a seguir pedreas y a ver cómo hacen sancochos con los pupitres de la Universidad, a ver mendigos en el parque de San Ignacio, a comprar artesanías en la Feria de San Alejo, a oír tangos en la Casa Gardeliana, a mercar en la Placita de Flórez, a comer empanadas en Aranjuez, a ver pobres alegres y tristes en el Popular dos, a las calles repletas de Castilla, a la vista serena del cerro El Volador, a los lascivos moteles de Robledo, a un striptease en San Juan (más sexy que en París), a un partido de fútbol del poderoso Dim… Antes de que esto explote, Susana, porque esto algún día va a explotar y a lo mejor nos pasan a otra vida.

Uy, Rodri, ya estás como el político. Te va a dar por la conciencia social y todo eso. Los políticos son asquerosos. Bueno, por lo menos el único político que yo he conocido. Lo chantajean a uno con una moral que no tienen. Rodrigo le preguntó quién era ese político que conocía y Susana empezó a contarle, casi sin respirar, feliz de recordar y contenta de pararle el rollo tenebroso a Rodrigo, que con tres días de metro ya parecía con conciencia social.

Tenía la cara roja, abotagada de aguardiente, con la piel picada por los surcos, simas, senos, senderos y señas del acné juvenil. Con oírlo una vez, se aprendía de memoria el nombre de todo el mundo, y siempre que volvía a ver a alguien lo saludaba por el nombre de pila, como si fueran íntimos amigos. Cuando lo conocí, tenía un buen puesto en el Municipio (era secretario de algo) y se iba a Madrid a negociar los créditos del Metro con la banca española. Rodrigo empezó a recordar que alguna vez Susana le había hablado de su viaje a Madrid con un grupo de funcionarios del Metro. Seguramente Susana conocía mejor Madrid que Medellín, podía apostarlo.

Yo era asesora en relaciones públicas del Metro, en ese entonces, y en el vuelo a Madrid viajamos en el mismo avión.



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